No sé si ‘The Walking Dead‘ ha recuperado la emoción que un día tuvo, pero vuelvo a sentir que en esta serie puede pasar cualquier cosa en cualquier momento, y creo que eso es muy positivo. Tampoco sé si es un sentimiento generalizado o si es algo personal que viene dado por el evidente aprecio que siento por estos personajes después de tantos años de convivencia, pero vuelvo a experimentar una satisfactoria tensión en buena parte de las escenas.
También siento satisfacción por la forma en que han decidido comenzar una temporada clave para confirmar si sigue habiendo posibilidades con esta serie. Ya lo he dicho en otros momentos: la novena temporada no estuvo mal, pero después de tantos altibajos y de una pérdida de interés por parte del espectador, parecía no ser suficiente. Con estos tres capítulos, puede constatarse que han cambiado la manera de plantear los acontecimientos y que quieren apostar de nuevo por la sorpresa, aunque sea en una línea narrativa. En este sentido, podemos decir que hemos visto tres capítulos muy distintos, con tiempos y desarrollos narrativos distintos, alejados de la monotonía y centrados en los dos pilares que siempre han sustentado ‘The Walking Dead’: la necesidad de sobrevivir y la exploración de las emociones humanas.
Las Comunidades se enfrentan durante horas a la llegada de hordas de caminantes que los atacan sin descanso. La sospecha de que es algo provocado por los Susurradores, la negación de Lydia (Cassady McClincy) de que ese acto haya sido organizado por su madre (si fuera así, estarían muertos, según sus palabras), hace crecer la tensión entre los protagonistas, hasta que deciden acceder a mantener un encuentro con Alpha (Samantha Morton), en la frontera. Este encuentro se salda sin sangre, Alpha perdona el castigo que merecen por haber cruzado la frontera tres veces y tenemos algo mucho más interesante: la evidencia de que todos temen o al menos respetan a los Susurradores, con la excepción de Carol (Melissa McBride), y el poder que sustentan éstos, a los que vemos capaces de cualquier cosa. En ese par de minutos que dura el encuentro entre ambos bandos, he pensado un sinfín de finales posibles. De nuevo, posibilidades. Tensión.
Emoción cuando Carol dispara, porque Carol no tiene miedo de Alpha y eso nos adelanta un futuro e interesante conflicto entre dos mujeres hechas a sí mismas que no huyen de la batalla. Michonne (Danai Gurira) y Daryl (Norman Reedus) temen a los Susurradores, temen a Alpha, pero Carol vuelve a ser una madre enfadada y con sed de venganza por sus pérdidas. En este capítulo hemos profundizado en su sufrimiento tras la muerte de Henry, y hemos comprobado que también a partir de esta pérdida se abren muchas posibilidades. Carol no puede dormir, y eso le lleva a tener alucinaciones cuando está consciente. A veces las captamos de inmediato, otras cuestan distinguirlas, así que el espectador no sabe, como no lo sabe Carol, cuáles son los fantasmas, qué es real y qué es producto de su estado de agotamiento.
Todos están agotados, exhaustos, desgastados, pero Alpha gana terreno para su gente y eso significa que deben seguir luchando. Es la primera vez en ‘The Walking Dead’, además, que no existe una posibilidad de conciliación o respeto entre protagonistas y villanos. No pueden unirse de ninguna manera, ni siquiera para convivir de forma pacífica, porque esta batalla va más allá de ser una batalla por unas tierras o por venganza: se trata de dos modos diferentes de vida. Las Comunidades están vivas, y ahora que conocemos más a los Susurradores sabemos que éstos caminan con los muertos. Nunca podrán entenderse, y por ambas filosofías están condenados a destruirse.
Comments